Trastornos de conducta

Trastornos de conducta

Existe la probabilidad de que un niño con déficit de atención e hiperactividad tipo impulsivo desarrolle trastornos de conducta a medida que crece y llega a la etapa de la adultez.

El trastorno de déficit de atención es una condición que impacta en el desarrollo socioafectivo del niño; por lo tanto, en su salud mental. A muchos de estos niños se les asocia trastornos de conducta.

La mayoría de las personas reducen la condición del niño con déficit de atención a rasgos externos como la dificultad para prestar atención o al calificativo de que son “inquietos”. Sin embargo, existe una dimensión más compleja de esta condición, veamos.

Dentro de los niños que tienen déficit de atención existe un grupo que tiene hiperactividad tipo impulsivo. Lastimosamente, muchos de ellos pueden evolucionar hacia un trastorno de conducta.

Como esta condición de impulsividad tiene que ver con lo afectivo, el niño se va a ver involucrado constantemente en múltiples problemas porque no logra comportarse asertivamente en los diversos contextos en los que se desenvuelve. Lo delicado es que se genera una especie de efecto “bola de nieve” que lleva a situaciones cada vez más delicadas.

Existe una alta probabilidad de que un niño con déficit de atención e hiperactividad tipo impulsivo evolucione a medida que crece hasta convertirse en un joven y en un adulto con un grave trastorno de conducta.

Fases del trastorno de conducta

Un trastorno de conducta puede pasar por las siguientes fases: polimorfismo perverso, trastorno por oposición negativista desafiante, trastorno disocial y psicopatía. Veamos los rasgos de cada etapa.

Polimorfismo perverso

El niño con trastorno de conducta inicia con el polimorfismo perverso, es decir, patrones de comportamiento que desafían ciertas normas de convivencia y que se aprecia en el desarrollo de la capacidad del niño para planear maldad y actuar con algunos rasgos de crueldad. Por ejemplo, no tiene reparo en poner una zancadilla a un compañero, en empujar a alguien que está en una escalera, en burlarse de quien sufre un accidente o en hacer sufrir a una mascota.

Trastorno por oposición negativista desafiante

Cuando el polimorfismo perverso no se atiende, evoluciona hacia el trastorno por oposición negativista desafiante. Este trastorno profundiza las condiciones de la etapa anterior por lo que se observa, entre otros:

  • El desafío a los mandatos o normas sociales.El enojo, la actitud de molestia y nerviosismo frecuente, además de inflexibilidad mental y terquedad.
  • Empieza a instigar con ahínco a sus hermanos y compañeros.
  • No acepta la responsabilidad de sus actos. 
  • Se le observa constantemente enfadado, con ira y rencor. Se les complica controlarse en los ataques de ira.
  • Frente a un llamado de conciliación, no perdona fácilmente.
  • No genera empatía, ni compasión por el dolor o por el sufrimiento de los otros.
  • Tiene baja tolerancia la frustración.
  • No siente culpa por sus actos, ni reflexiona sobre ellos; no piensa, ni analiza por qué hizo algo o actuó de determinada forma.
  • Es vengativo y tiene conductas envidiosas hacia un compañero que es mejor, por ejemplo, en el deporte o en lo académico. Se compara con rabia.
  • Ejecutan actos de maldad, lo cual no se debe confundir con las llamadas travesuras.
  • Tienden a presentar reacciones desproporcionadas frente a los eventos.

Contrario a lo que se ve superficialmente, son chicos que sufren en un alto grado.

Trastorno disocial

De no atenderse el trastorno por oposición negativista desafiante, se pasa a la fase del trastorno disocial (en especial, desde la adolescencia), en el cual se complejizan los rasgos: no tienen empatía en sus relaciones, son fríos, distantes, anhedónicos (pérdida de motivación), encallecidos afectivamente, maliciosos y presentan conductas matoneadoras.

Como no controlan impulsos, pueden presentar las siguientes conductas:

  • Enuresis: perder el control de la micción (orina).
  • Onicofagia: comerse las uñas.
  • Tricolomanía: arrancarse el cabello.
  • Rinomanía: meterse dedos en la nariz.
  • Ludopatía: adicción a los juegos.
  • Mitomanía: la tendencia a decir y sostener mentiras.
  • Alcoholemia: tendencia a la adicción de consumo de bebidas alcohólicas.
  • Rasgos de piromanía: empiezan jugando con fósforos y encendedores, luego siguen explorando otras formas como la manipulación de redes eléctricas y de aparatos electrónicos, que generen fuego o accidentes similares.

Los chicos disociales tienen problemas con la autoridad, debido que pueden ser propensos a ser agresivos, a iniciar peleas, a la destrucción de propiedades, a fugarse de la casa e, incluso, a ejecutar robos a mano armada. En últimas, el joven disocial lucha con la sociedad, es decir, con los padres, el colegio, la iglesia y cualquier institución que represente autoridad. Como consecuencia, en alguna etapa de su vida pueden llegar a tener problemas legales.

En lo sexual, pueden presentar una conducta psicosexual temprana, que incluye la masturbación (en una condición y frecuencia que no es normal a la etapa del descubrimiento sexual), la adicción a la pornografía (no se debe confundir con la etapa normal de exploración sexual) y las orgías sexuales.

En cuanto a lo académico, a medida que el trastorno empieza a crecer, disminuye su capacidad cognitiva; les cuesta responder a las exigencias escolares y pueden llegar a tener problemas de aprendizaje. A esto se suma la pérdida de la motivación en las actividades escolares y el desacato de las normas, entre ellos, el cumplimiento de responsabilidades y de los horarios.

Frente a su entorno social, no socializan fácilmente, se presentan poco empáticos y desvinculados de los otros. Por eso, presentan actitudes fanfarroneas, solapadas y manipuladoras (llegan a hacer pensar a los padres que es el colegio y los maestros, quienes están en su contra). A esto se suma la tendencia a una psicosis de tipo autística (no les duele el dolor del otro).

Las conductas disfuncionales de estos chicos suelen exasperar a los padres, quienes acuden a sanciones de diversa índole. Sin embargo, estos chicos no reaccionan ante las sanciones, ni las amenazas. Pareciera que no les importa si se les quita algún beneficio o si se les promete un premio. Esto genera un gran desgaste en la dinámica familiar. 

Lamentablemente, el diagnóstico de un chico disocial es desalentador y lo más grave es que van a estar desajustados toda la vida si no se les trata desde pequeños. Cabe destacar que es una enfermedad mental, que se sale del control del joven y que requiere tratamiento. Por eso, son chicos que deben estar casi toda su vida monitoreados porque es común que determinadas situaciones activen crisis agudas.

Las mayores dificultades de estos jóvenes tienen que ver con las disfuncionalidades en la dinámica familiar. Son chicos que han vivido mucha violencia, falta de sensibilidad, desamor, ausencia de parámetros para la autorregulación emocional, disciplina inconsistente. En síntesis, han vivido con vínculos afectivos rotos, pues es muy probable que los padres también presenten alguna disfuncionalidad o un trastorno asociado.

Trastorno antisocial (psicopatía)

Hacia los 18 años de edad, se considera que la evolución de este tipo de trastornos de conducta genera una psicopatía, cuyos rasgos son aún más complejos y profundos que los del trastorno disocial. Infortunadamente, se trata de un trastorno tan grave, que la mayoría de los profesionales consideran que es una condición que no tiene cura, pues se ha consolidado como un rasgo de la personalidad.

Este tipo de trastorno solo puede ser diagnosticado por un profesional. Por supuesto, entre más temprano, mayores probabilidades de tratamiento asertivo.

Martha Lucina Hernández,
creadora de Pedagogía Sana.